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Existir en voz alta


Las manifestaciones y las catalogaciones tienen el mismo efecto: posibilitar la comunicación en un mundo en que eso se volvió lo más importante. Es aburrido etiquetar, es molesto definirse y, sin embargo, si no lo hacés, corrés el riesgo de que el vecino a la vuelta de tu casa ya no sepa cómo encontrarte, ni dónde, ni por qué le haría falta encontrarte.

Te ves constantemente impelido a rotularte, con lo difícil que es hoy en día: “soy licenciado en… pero trabajo de… y también… aunque lo que en realidad me gusta es…” A eso se agrega un sinfín de epítetos que en general no son verbales, porque no está bien visto el autobombo, pero sí visuales: decenas de fotos y videítos que muestran cómo sos, mejor dicho, cómo querés mostrarte al mundo (ese mundo de límites difusos que bien puede estar integrado por los mismos tres gatos desvelados que te cruzás todos los días en persona).

¿Cómo podría ser? Podría, por un momento, mostrarse la manufactura. Todo es manufactura al fin y al cabo, aunque la mano sólo produzca un escrito, o apenas ceros y unos. Lo hiciste con tus propias manos, y no es tan atractivo como una parte de tu cuerpo expuesta, pero también porque no le das una chance, porque no tenés el tiempo para permitir al que te encuentra una conexión menos efusiva, que no lo mueva ni a un like ni a un comentario.

Estamos produciendo en voz baja. Y estamos existiendo en voz alta. Pero existir no es un mérito tuyo, sino de tus progenitores. ¿Qué es lo que aportás vos al mundo?

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