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Matemos al mensajero


Fotograma de la película 300

Es más, no le abramos la puerta, no escuchemos lo que tiene para decir, sigamos nuestra ruta como si nada, apenas el oído interno vibrando y emitiendo. Por un rato al menos. Un rato cada día.

Tiene tanto para contarnos, tanto para compartir, tanta cosa buena flotando entre la chatarra, que es difícil negarse. Descubrir y clasificar el diamante camuflado tiene su atractivo innegable, y esto es un quehacer previo a la tarea de escuchar. Una hora entera sin recibir al enviado podría producir una acumulación de misivas, es desafiante ponerse al día después de eso.

Hermes es el mensajero por excelencia, el intérprete, el que atraviesa las fronteras cargado de información, y también el ladrón. Llegó la hora preferida de este dios griego. Nunca fue más evidente que hoy la forma en que roba Hermes: su astucia y sus secretos te seducen, toneladas de correo te divierten y abruman, mientras él mete su mano en tu bolsillo y te quita las más brillantes pepitas de tiempo.

Si tenés claro lo que querés decir, probablemente llegue a tu encuentro la correspondencia que esperás recibir, flotando entre la chatarra, reluciente destello el de las piedras preciosas. Pero cuidado, no te afanes tanto en filtrar todo lo que trae el río, dejá pasar por un rato ese caudal variopinto y, cada día, llamáte a silencio. Hay destellos insospechados en las corrientes subterráneas.

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