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Reciclaje


Ahaoe feii?, de Paul Gauguin

Sacar el jugo. A lo que es jugoso, pero también a lo que aparenta ser árido. A lo dulce y a lo que no lo es pero tampoco entra en las otras categorías, como salado o amargo. Existe un entrenamiento para eso, y voy a decir en qué consiste: detenerse un segundo antes de hacer un juicio definitivo, esperar a que la cosa decante antes de contárselo a los demás, porque decirlo es tomar partido.

La sensación que me da cuando un suceso indeseado produce resultados, es más parecida a contemplar sedimentos formando una isla que a construir con ladrillos. Es algo que se arma pese a uno, aunque puede contar con la ayuda de uno. He visto muchas islas socavadas por voluntades que, negadas a ver cualquier ventaja en la desventaja, se pierden la posibilidad de hacer pie por un rato.

Me encariño con los sedimentos, los veo amontonarse con suavidad y no puedo evitar poner manos a la obra. No obstante, no tengo ningún apego a recibir determinada enseñanza de los acontecimientos, me gusta mirarlos a la cara y dejar que la isla se forme.

Algo más. La voluntad de sacar el jugo no puede anteponerse al hecho desafortunado; si no, estaríamos digitando el mal paso para obtener un resultado, y justamente la particularidad es que el resultado simplemente aparece, sin arremangarse previamente. Pero que no cunda el pánico: por contradictorio que parezca, no van a faltar oportunidades de mirar a la mala suerte a la cara y preguntarle “¿qué me trajiste de bueno?”

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