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Incalculable


Sin título, de Liliana Porter

Para morir basta estar vivo.

DeRose

Vas por la vida midiendo hasta dónde, evaluando los pros y contras de tus acciones, cuidando lo que está en tus manos cuidar, mordiendo una que otra vez el polvo y queriendo aprender a evitarlo a partir de ahora. Todo ese esfuerzo, que tiene su incuestionable valor, no implica que no pierdas todo en un segundo.

En algún momento la ilusión de control se acaba. Y me parece un momento sumamente rico.

Shit happens. Obstáculos se interponen en el camino, y aún cuando son inmensos te las ingeniás para sortearlos. Pero un día de esos puede pasar también que todo se termine súbitamente, sin que puedas hacer nada para evitarlo.

Pasar por ese momento desarma. Cualquier rastro de omnipotencia desaparece. Y si sobrevivís, quedás para siempre consciente de la fragilidad de tu armadura. Es una sensación hermosa.

Marcamos el paso de la caminata por horas, sentimos los pies inflamados de estar tanto tiempo en ese medio hostil, la zapatilla. Poner las patas para arriba, con el tiempo, atenuó la sensación de extrañeza en los pies. Y la extrañeza residía en que esos pies estaban agotados y al mismo tiempo felices, se los veía amoratados, palpitantes, con las venas marcadas, pero nunca habían estado tan vivos como hasta ese momento.

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