La gran pirámide de Giza
Hace mucho tiempo, Imhotep, un constructor egipcio, legó las instrucciones para construir una pirámide. Hace mucho menos, me topé con ellas, y por esas particularidades de la adolescencia, como que todo lo que aprendés se te pega a la piel, el instructivo me acompaña hasta hoy, en la cabeza.
En este manual, el arquitecto explicaba que lo primero es nivelar el piso, y lo lograba de esta ingeniosa manera: excavaba una canaleta con la forma cuadrada de la base de la pirámide, la llenaba de agua, y por el desnivel del agua descubría el desnivel del terreno, luego de lo cual procedía a emparejarlo con la ayuda de los instrumentos empuñados por decenas de manos anónimas.
Dejando fuera de discusión la utilidad o inutilidad de aprender a construir pirámides, Imhotep me dijo que se puede descubrir la inclinación de lo duro a través de lo blando y ser capaz de corregirlo mediante un trabajo paciente, arduo, de muchas manos. Esto él me lo dijo a mí, en cierta forma. Y yo lo digo a mi vez.