Un lagarto de Arizona, él es definitivamente diferente
Los conductores de taxis. Las chicas que usan polleritas muy cortas. Los que leen en el subte en vez de mirar el teléfono. Los extranjeros. Los latinoamericanos. Leemos los nombres de estos grupos y damos por sentado que tienen muchas más cosas en común que su profesión, o su vestimenta, o sus hábitos al viajar en transporte público. Sumamos a las características comunes una mezcla de nuestra experiencia con integrantes de esos grupos y del saber popular acerca de ellos. La explosiva generalización.
Qué jodidos que somos. Y cómo erramos en las predicciones basadas en nuestra precaria forma de creer conocer al otro. Y como nuestra percepción de mundo se funda en estos supuestos conocimientos adivinamos montañas en donde hay valles y desiertos en las llanuras más fértiles.
Admiro la inocencia valiente del que se apresta a conocer y se da a conocer. La inocencia está generalmente asociada a ingenuidad y en última instancia a estupidez. Pero hay gallardía en exponerse al ridículo, a la confirmación de los prejuicios colectivos. Hay valor en el que habla con todos y no solo con la belleza indiscutida de la fiesta, en el que danza y disfruta del baile en compañía de los que tienen profesiones, ropas y costumbres ajenas, y se dispone a sorprenderse con la individualidad del que “pertenece” a un grupo, pero no encarna el estereotipo (son muy pocos al fin y al cabo, tal vez nadie, los que lo hacen), ese que aporta al grupo con su diversidad y al mismo tiempo desdibuja sus fronteras.
Quisiera ser más como el inocente valiente. Ese, ni sabe que estoy hablando de él, de ella. Ellos ahora están bailando, cenando o pensando en un mundo en que cada individuo es excepcional, por lo tanto hermano de todos, con el mismo hielo y el mismo desierto adentro, lugares de encuentro atípicos que podríamos empezar a revalorizar.
En este video Marina Abramovic habla del desierto.