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Ir al ojo de la tormenta



After the snowstorm, de Dominique Philion


No quiero tranquilizarme. No quiero distraerme. No quiero estar en compañía para que el tiempo pase sin sacudir los cimientos.

 

Quiero agarrarme fuerte a esa montura y seguirla en su cabalgata enloquecida, a riesgo de bajarme en un país en que se hable una lengua ignota.

 

¿Para qué llevarse de la mano al caos, prestarse voluntariamente al experimento? Nietzsche hizo decir a Zaratustra “es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina”.

 

¿Qué es el caos? Puede ser visto como un cúmulo de problemas, mientras que esa palabra no nos lleve a la oficina, a la computadora o al arreglo del aire acondicionado. “Problemas” en el sentido de incógnitas, piezas que no encajan, picazón, perplejidad… Hay un anhelo de movimiento contenido en cada elemento de esa enumeración.

 

Cada pieza del puzle me pide a gritos que encuentre su contigua para lograr un alivio momentáneo antes de pasar al siguiente problema. ¿Qué pasa si demoro un poco más esa agonía? ¿Podré darme por satisfecha con una acomodación que deja intersticios? ¿Cómo saber cuál es la pieza correcta si no sigo la lógica del encaje?

 

Parece haber un declive natural para encajar, pero a veces es necesario un esfuerzo inmenso, no obstante velado. Mil veces más esfuerzo demanda desmoldarse.

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