New York City 3, de Piet Mondrian (inacabado)
En mi primer viaje a Europa visité Amsterdam. En esa época muchas cosas eran distintas: tener celular era una rareza, y en todo caso solo se trataba de un teléfono móvil. Apenas bajé en el aeropuerto me sorprendió una esquina vidriada con un gran letrero: “meeting point”. Me pasmó lo absoluto de ese título, y tuve la momentánea ilusión de que todos los perdidos se pudieran encontrar en un punto, aún sin haber combinado nada previamente.
El cartel gigante daba a entender algo así como “en vez de recorrer frenéticamente el aeropuerto en busca de la persona que querés encontrar, sentate acá con tranquilidad y vas a ver que ya viene, en cualquier momento llega…” Suponía un acuerdo previo, tácito, un sentido común que abrazaban les usuaries del aeropuerto. Y yo desconfié profundamente de que eso funcionara.
Con la masificación de los teléfonos celulares dejó de haber tantas oportunidades de desencontrarse. Los meeting points, así como las cabinas telefónicas y una multitud de objetos y lugares imprescindibles en un pasado no tan lejano, fueron gradualmente desvaneciéndose del paisaje urbano. Pero el concepto de meeting point siguió conteniendo para mí un enigma, tal vez la apelación a un entendimiento tácito, el presupuesto de una inteligencia parecida entre dos seres humanos, que los lleve a las mismas conclusiones sin haberse puesto de acuerdo.