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Tu campo magnético


Nunca sentí que los derechos o las obligaciones fuesen parte de nuestro cuerpo, sino los castillos en que elegimos vivir, que llegado el caso pueden protegernos de la intemperie. Palabras como libertad o justicia me remiten a una construcción denodada que si se detiene por un instante se desmorona en varios costados. No hay un descanso estable en esa tarea. Si parás, retrocedés.

El sufrimiento que adviene de ese retroceso, cuando sucede, es tan irracional como llorar la falta de sol en un día lluvioso. Y no obstante lloramos, y despotricamos ante los que observan nuestro sufrimiento con cárceles en los ojos. Y en todo ese tiempo descuidamos la construcción.

Pero hay un par que siguen trabajando. Los ves con el ladrillo y el cemento, día tras día, cuando ya todos se desmotivaron o se fueron a luchar, a defender algo que ya ni es una construcción, porque se fue deshaciendo en el ínterin. A estos dos el retroceso les hace redoblar su esfuerzo, y básicamente siguen haciendo lo que aprendieron a hacer, no cejan en su misión. Es conmovedor verlos, o gracioso, hasta desafiante. Pero a medida que pasan los días y los observás en su obstinación, descubrís que no hay nada más útil, aunque te lleve años volver al punto anterior, y sientas que aún llegado ahí sólo será el comienzo, un tenue vislumbre de lo que querrías conquistar.

Te sumás a la tarea, y ese gesto genera eco en otros -nos contagiamos el entusiasmo con tanta facilidad-. Y en ese momento descubrís que no estás agregando apenas un par de manos a la faena, que en realidad estás aportando tu propio campo magnético a la fuerza del proyecto. Los fuegos artificiales de la inauguración tal vez nunca lleguen, pero al menos vas a estar embebido en esa fuerza primordial, alimentando y siendo alimentado por ella.

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