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Esos seres inmensos


Collage de Marx Ernst

Cuando arranco el día las palabras que me sale escribir son dulces como pasas de uva o graneros al sol. Lo opuesto son las balas de goma y los que gritan por altoparlantes a la mañana. Aturden. Saben hacer callar todas las demás voces.

“…Entre Boulogne Sur mer y Ecuador”, anuncian los parlantes de una camioneta. Saco la mano del área de escritura de mi documento, y escribo en el aire, escribo un buen rato sin escribir nada, le doy a las teclas sin mirar la pantalla y después de un tiempo descubro que estuve tecleando en el vacío, arrojando palabras a un lugar del que nunca podrán ser rescatadas. Qué desperdicio.

Paciencia, elijo seguir escribiendo de todos modos. Hincar el pie en la tierra y contiuar acá. Estar en contacto con lo más enorme, y que lo pequeño apenas turbe la calma de la superficie, mientras en lo profundo esos seres inmensos, que son inmutables desde la prehistoria, siguen sus cansinos recorridos, oteando el fondo del mar.

“De ocho a catorce horas, todos los sábados, entre Ecuador y Boulogne Sur Mer, ¡vení!” La invitación a voz en cuello deambula por mi barrio el sábado a la mañana, contrayendo todo lo que es laxo y creyendo poder remover el fondo arenoso, pero no, por suerte. Lo más grande sigue su camino que es otro tan distinto, y el problema es tantas veces no tener el mínimo registro de que hay dos mundos. No sentirse dividido no parece garantía de estar unido, y tan comúnmente es percibir solo una mitad. Somos como semillas dicotiledóneas.

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