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No entiendo


Lobster Buoy, de Elizabeth Fraser

¿Y por qué haría falta entender?

Tal vez porque esa es nuestra característica eminente como especie, porque el pensamiento busca apresarlo todo, porque fuera del universo mental las cosas nos parecen amorfas, inciertas, inabarcables. Pero con esa actitud dejamos fuera de nuestro mundo inteligible la multitud de percepciones indecodificables en términos mentales. Existen.

La ciencia adora pensar que todo puede ser pensado. Pero hay necesariamente una imposición de límites al aprehender el mundo con esa herramienta mental. No entender una obra de arte es el primer paso para abrir una compuerta hacia otro tipo de revelaciones; no entender los motivos detrás de una acción también puede detonar otras formas de inteligencia, que no son mentales.

El problema es que en general no nos bancamos no entender. La inquietud que acompaña la falta de lógica busca saciarse, y de alguna manera terminamos explicándonos la obra de arte o la actitud para sentirnos nuevamente cómodos. Podemos pasar a otra cosa.

Cada vez que no entiendo miro hacia atrás y veo una acumulación de interrogantes por el sentido de las cosas o de los hechos. Algunos fueron resueltos, y ya me los olvidé. Pero los que no, quedaron flotando como boyas flúo en un mar agitado. Veo esas incógnitas a la distancia y compruebo que siguen siendo fuente de inspiración hasta hoy, origen de preguntas y de respuestas que más tarde se revelan como equivocadas, para volver al terreno de la incerteza.

“¿Qué quiso decir?” Si sos de los que se entretienen jugando al ajedrez con la información como un Sherlock Holmes, vas a encontrar probablemente las explicaciones que encierren al mundo en una cajita perfecta, cuadrada por donde se la mire. No digo que sea imposible, digo que desarmar algunos mecanismos de relojería puede hacer desaparecer en cierta medida la magia del tiempo.

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